Ellos no se detienen,
caminan ciudades, pueblos.
Su época de siembra hace lunas pasó
y devoraron la cosecha.
Con el cuerpo hacia delante
-serán los tantos vientos de la
vida-
la piel como escrituras y los ojos de pez,
mira como por vez primera .
Son pepitas de oro
o animales disecados implorándole al sol calentar su pelambre
helado, solo.
Desde el principio supieron lo que les sucedería
pero no lo creyeron. Muchos menos que fuera a suceder tan pronto,
tan de improviso.
Sin norte ni oriente avanzan si retroceder es avanzar.
Solo ellos mismos se recuerdan.
Con las carnes blandas
como hongos
hacen fila frente a las ventanillas de Dios:
él les estira la mano pródiga o se la
cierra como castigo.
Quebrados por el
fuego quisieran contar con un lazarillo
invisible, pero llueve.
Ataviados de fiesta con la tierra entre las uñas
se aglomeran donde otorgan la “despensa”
última posibilidad para elevar el
rostro
y ver el rojo cielo antes que oscurezca del todo.
No serán muchos más los soles
que despertarán sus cuerpos ni sus dedos,
hoy raíces con ajena voluntad danzando cada uno
a su manera.