De repente un día
caminas y no encuentras
en los ojos del ciervo
vestigio alguno del deseo.
Aquella que creías ser
no eras. La que eres
es invisible frente al rastro
de aquella que ahora
reconoces como ajena.
Las huellas en el rostro de tu padre
conforman el ramaje de un árbol
pero en ti son tierra erosionada.
Sin embargo, no es queja lo que se nombra.
Es asombro ente el paisaje:
la urgencia de los ríos por la luz,
las llanuras convertidas
en viento y arena
en viento y arena
y en cráteres lo que por años fue
firme, fértil.
firme, fértil.
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