viernes, septiembre 26, 2014


Las hojas caen,
los troncos de las cabezas blancas
exhiben los caminos de la savia,
su piel, agrio color de nuez y leche,
los dientes el hueso oxidado por causa de la espuma.

Es este, un cuerpo desconocido
casi enemigo.
Imposible dejar de preguntarse, si esa ruina,
devastada, no ha sido siempre el verdadero yo.

La luz se sienta en el otoño,
oblicua, cansada,
y deja ver el rostro del mundo
más bello, más profundo y hondo . 

Ninguna otra luz como su luz.

Atrás viene el invierno.  
Pero el frío también protege lo vivo, 
lo arropa entre sus manos 
y evita que muera a la intemperie.

No siempre es la última estación el invierno.
Lo porvenir no necesariamente es la muerte.



Playa del Carmen, septiembre 2014

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